ENTENDIMIENTO MINIMO RAZONABLE EN EL DIVORCIO
Vivir un proceso de divorcio es muy impactante a nivel emocional. Es la experiencia más parecida a vivir un proceso de duelo similar a la perdida de un ser muy querido.
El divorcio pone a flor de piel todas las emociones, y provoca en las personas que lo viven una auténtica montaña rusa de cambios de su estado emocional, con subidas y bajadas continuas.
Del amor al odio hay un solo paso, y el divorcio es su demostración. Veo cada día como dos personas que se han amado, que han compartido cama e intimidad, pasan en el divorcio a convertirse en enemigos acérrimos, para los que cualquier mínimo detalle es suficiente para echar otro tronco más en la hoguera de su divorcio, y avivar aún más el fuego del conflicto familiar.
Esta semana hemos vivido uno de esos enfrentamientos judiciales que dejan una profunda herida emocional. Uno de esos juicios en los que el odio, el rencor y el dolor, se apodera de la razón, y hace que el bienestar de los hijos pase a un segundo plano. Todo se reduce a un “quiero hacerte daño por lo que me has hecho sufrir”
Cada persona tiene su propio ritmo y necesita de su tiempo, para sanar y superar el dolor que le provoca la ruptura de su relación de pareja.
En la historia que hoy te vamos a relatar, después de más de un año de enfrentamiento judicial, la hoguera del divorcio ardía con altas e intensas lenguas de fuego, que aprovechaban cualquier mínimo detalle para avivar la intensidad de ese fuego, que nublaba el sentido común de esos padres.
Una de las consecuencias del divorcio es que aviva los puntos de distancia entre los miembros de una pareja. Aquello que en su momento admitías o aceptabas por la convivencia, y por el hecho de compartir proyecto de vida, se convierte tras la ruptura en el detonador habitual de los desencuentros y desacuerdos como padres.
“Como ya no formamos parte del mismo equipo ahora no voy a aceptar tu punto de vista”. Se impone el “en mi tiempo mando y ordeno yo”.
Esto, evidentemente, choca de frente contra lo que muchas madres han vivido, y se han acostumbrado a vivir, durante la convivencia, el imponer sus criterios en los cuidados y atenciones de los hijos. Y por ello, es habitual escuchar comentarios del tipo:
-No te reconozco, no se que te ha pasado. Antes no eras así. Te has vuelto un egoísta y sólo piensas en ti.
Todo empezó como empiezan muchos de los procesos de divorcio. Todo era cordialidad, buenas palabras y buenas promesas.
-No te preocupes, vas a poder ver a tu hijo todo lo que desees. Jamás voy a impedir que estés con tu hijo porque eres su padre. A pesar de todo, tenemos que entendernos como padres porque nuestro hijo nos necesita a los dos.
Sin embargo, tan sólo dos meses después, el diálogo entre ellos era:
Padre -¿Me vas a dejar que el nene duerma hoy conmigo aquí en el sofá?
Hijo -Yo quiero dormir con papá.
Madre -Tu tienes tu tiempo. Ya te he dicho que tú no puedes dormir con él. Te levantas muy pronto y no se va a quedar solo aquí.
Padre- Pero si tu estás en la puerta de enfrente. Déjamelo al menos hasta que se duerma, y después lo meto en tu habitación.
Hijo- Yo quiero con papá.
Madre- Ya estas manipulando al niño. Ven aquí. Con papá no, tú con mamá.
Hijo-No, yo quiero hoy con papá.
Madre-Que vengas aquí, mira que cuento hasta tres. Tres….dos…
En esta historia de hoy, ambos eran propietarios por mitad del piso, que habían comprado años atrás, como nido en el que construir su proyecto de vida en común.
Hoy, tras la decisión de ruptura, ambos compartían techo, solo que ahora eran meros compañeros de piso a la espera de esa decisión judicial, que permitiera liberar la tensión que respiraban a diario.
El padre quería compartir su tiempo con su hijo. Se había cansado de recibir ordenes e instrucciones, de ceder su tiempo y de no poder disfrutar a su manera con su hijo.
Quería la custodia compartida para estar presente en la vida de su hijo. Este padre sentía que se había perdido los 4 primeros años de vida de su hijo, y no estaba dispuesto a ceder ni un minuto más de su tiempo.
Sin embargo, la madre no entendía este cambio de actitud. En lugar de verlo como algo positivo, y bueno para el crecimiento y desarrollo de su hijo, lo veía, al igual que muchas madres, como una simple estrategia encaminada a evitar pagar una pensión de alimentos mensual.
La custodia compartida se veía una vez más como una amenaza. Como un peligro, como una forma de evitar que ella permaneciera conviviendo en la que hasta ahora había sido su casa, y evitar el tener que pagar una pensión de alimentos.
¿Qué estamos haciendo mal en los divorcios para que por sistema cuando un hombre pide la custodia compartida se piense así?
En el pasado mes de abril de 2019, habíamos mantenido la primera reunión en el despacho de la abogada de la madre de su hijo, con la intención clara de evitar el enfrentamiento judicial, que tan sólo iba a conseguir empeorar más el conflicto familiar.
Esa primera reunión había sido tensa y ya había marcado las bases de lo que iba a ser el camino del divorcio para este padre. Al bajar por el ascensor, al salir de la reunión, venía a mi mente el estribillo de esa canción “las chicas son guerreras”. Estaba claro que su intención no iba a ser para nada ceder los cuidados del niño.
Veían la custodia compartida como una amenaza. Pretendían imponer un reparto de tiempos, para un niño de 4 años y medio, que era totalmente ridículo e insuficiente.
En Casasempere abogados siempre decimos que en el divorcio hay 2 tipos de personas:
1.- Las que toman la decisión o dejan la relación.
2.- Las que se la encuentran o dejados.
Los primeros llevan ventaja porque han tenido su tiempo de reflexión interior y personal, para poder valorar si realmente el proyecto de vida común les sigue compensando. Han podido hacer balance de su vida, sus deseos y necesidades, para comprobar si desean seguir luchando en pareja o, por el contrario, ha llegado el momento de poner punto y final a un proyecto, que de continuar solo les va a llevar a distanciarse cada día más.
Sin embargo, los segundos, ”los dejados”, pueden no estar cómodos con todo lo que viven en su relación, pero todavía no han tirado la toalla ni piensan que la ruptura sea el camino adecuado.
Suelen estamparse contra una decisión que, de inicio, les descoloca por completo, porque pese a los signos y evidencias de que las cosas no van bien en la pareja, no se esperan este desenlace tan drástico y tajante.
Los primeros pasos en el divorcio siempre lo suelen dar los propios interesados. Es habitual esa conversación tensa en el que “los dejados” todavía tienen la esperanza de que todo se pueda arreglar con buena voluntad.
Todos los que hemos vivido un divorcio recordamos a la perfección y con detalle esa última conversación cordial como adultos, en la que parecía que, pese a la ruptura, todo se iba a poder arreglar de forma responsable y cordial.
Y, tras esa conversación, empieza a arder el fuego interno del dolor, y el ego toma el control sobre la razón, haciendo que el conflicto sea el principal protagonista de todas las comunicaciones como padres.
El más mínimo detalle es suficiente para avivar el conflicto familiar y entrar en la guerra.
Pero volvamos a nuestra historia de hoy.
Ambos habían aceptado mutuamente, y en común, que mientras él seguía poniendo más foco en su trabajo y procuraba el sustento económico principal de la familia, ella (prácticamente por imposición, al haber solicitado la reducción de jornada sin ni tan siquiera consultarlo), iba a poner toda su atención en atender y cuidar de ese pequeño, que en ese instante era la máxima expresión del amor que existía entre ambos.
Un año después de que ese padre comunicara su deseo de poner punto y final a su vida común, ese pequeñín se había convertido en una preciada posesión que ahora ya no se deseaba compartir.
El hijo en común había dejado de ser común para ser una propiedad única.
Si durante la vida común mirabas con ternura y amor a tu pareja, al padre de tu hijo, y agradecías con ternura el privilegio o la oportunidad de haber podido disfrutar de cada instante de esa reciente maternidad, de no haber tenido que dejarlo para ir a trabajar, y haber podido estar en cada nuevo aprendizaje de ese niño, ahora desde el dolor de la ruptura todo ese amor, cariño y ternura, se había tornado dolor, rencor y odio, y se achacaba en cada mínima oportunidad justo lo contrario.
Es muy habitual escuchar comentarios como este:
–Jamás te has ocupado ni preocupado de tu hijo. Lo he tenido que cuidar y criar sola. No has estado nunca. A ti lo único que de verdad te importa es el dinero, y todo lo haces para no pagar.
Estas palabras explotan en un padre, que las recibe con la misma furia que una bomba nuclear, y hacen que el fuego del conflicto familiar se avive aún con más intensidad.
El divorcio desentierra en nuestro interior nuestro lado más oscuro y siniestro. Olvidamos todo lo mucho recibido, y solo centramos nuestra memoria en revivir lo negativo.
Si las madres sintieran en su ser, el intenso dolor que provoca en un padre, que ha cedido por amor su tiempo con su hijo, estas palabras, no se pronunciarían con tanta facilidad.
Días después del juicio, todavía retumba en mis oídos la voz entrecortada y agitada de esa madre que entre sollozos decía ante la jueza:
-Me encerraba en la habitación con mi hijo porque tenía miedo de él. He vivido con mucho miedo.
Escuchar estas palabras cuando lo que habíamos vivido en esa casa había sido muy diferente nos dejaba perplejos. Nos indignaba y cabreaba.
Venía a mi mente el episodio que te hemos relatado al principio de este post, en el que la madre se encerraba con su hijo para evitar que pudiera dormir una sola noche junto a su padre, en el salón de la casa que ambos ocupaban, y que la madre podía verificar el saludable estado de su hijo, con tan solo entre abrir la puerta de la habitación.
Qué poderosas son las percepciones y lo que cada uno ha sentido y vivido durante la relación de pareja. Y qué peligrosas. Las carga el diablo. Y al final el punto de mira de todas ellas son indirectamente los hijos. Los que menos culpa tienen.
En ese instante reviví mi propia y personal experiencia en sala. Ese momento, en el que podía ver como la madre de mis hijos gritaba totalmente agitada, exaltada y fuera de sí, a la jueza:
-He sido una mujer maltratada, he vivido maltratada con él.
En ese momento sabía perfectamente como se sentía mi cliente, el pasado martes en la sala de vistas, pues yo me quedé exactamente igual que él hace más de 12 años.
No me lo podía creer. Esa mujer que tras el parto de nuestro primer hijo había quedado tan profundamente perjudicada que yo había tenido que cuidarla, curarla y atenderla porque no se valía prácticamente por sí misma, y que había llegado a decirme con profundo amor:
-Jamás olvidaré todo lo que estás haciendo por mí, muchas gracias.
¿Qué momento la película que estábamos viviendo había cambiado y yo me la había perdido? ¿Cuándo me habían bajado del tren, que no me había enterado?
¿Maltratada? Mi cara era un auténtico poema. Reflejaba la expresión de aquel que alucina sin entender absolutamente nada.
En aquel instante, la jueza, con muy buen acierto, le indicó, “señora, haber denunciado usted si ha sido así y hoy no tendría que tenerla ante mí en esta sala.”
En nuestro caso, en el trámite final de conclusiones, me encargué de dejar muy claro que, si tan real hubiera sido el miedo de esta madre, no alcanzaba a entenderse como durante siete largos meses ambos padres habían compartido el mismo techo, y no había habido ni un solo aviso o denuncia.
Sin embargo, aunque parezca increíble, lo cierto y veraz es que cada uno hemos vivido y percibido nuestra vida tal cual lo contamos. Pensamos que mienten, pero realmente en su miedo interior su mente lo ha vivido así.
Lo que para uno ha sido una vida ideal con la pareja que deseaba, para el otro ha sido una vida de sometimiento y dolor. Nuestras experiencias personales nos ayudan a interpretar de una manera u otra todo lo que percibimos y vivimos.
Por eso, en Casasempere abogados potenciamos el alcanzar acuerdos, porque sabemos que lo que escuchas dentro de una sala de vistas, en un juicio por la custodia de tus hijos, te va a provocar un profundo dolor que, lejos de fomentar la coordinación y la cooperación como padres, va a avivar aún más el fuego del conflicto familiar.
CUALES SON LAS CONSECUENCIAS DE LOS CONFLICTOS FAMILIARES
Principalmente, que los padres dejan de cooperar y se distancian. Necesitamos aprender que podemos divorciarnos como pareja, pero jamás dejamos de cooperar como padres.
Por muy destruida que pueda llegar a estar la relación personal, lo único que verdaderamente importa es la relación como padres.
El derecho de familia tiene como piedra angular como principio básico el llamado “interés superior del menor”, el bienestar o beneficio para los hijos comunes.
Si unos padres no se soportan como pareja, ello no impide que haya una mínima cooperación como padres, ni obstaculiza que pueda otorgarse la CUSTODIA COMPARTIDA.
Lo vemos a diario, principalmente en madres que pretenden hacer ver que existe una alta conflictividad con la intención de que no se conceda la temida custodia compartida.
¿CUANDO EXISTE ALTA CONFLICTIVIDAD ENTRE PADRES DIVORCIADOS?
Cuando son incapaces de alcanzar un ENTENDIMIENTO MINIMO RAZONABLE EN EL DIVORCIO.
Se entiende que existe un entendimiento mínimo razonable en el divorcio cuando los padres, pese a tener una mala relación personal, son capaces por el bien común de sus hijos de alcanzar acuerdos mínimos respecto a los cuidados de sus hijos.
Cuando a nivel de padres son capaces de cooperar de forma mínima viable.
CUSTODIA COMPARTIDA MALA RELACIÓN PADRES
Es habitual oír y, más aún, encontrar, compañeros en sala que defienden a ultranza que las malas relaciones como padres impiden la custodia compartida.
Debemos recordar que numerosos estudios, de los que se hace eco la jurisprudencia de nuestro Tribunal Supremo, indica que uno de los factores que favorece la custodia compartida, es que aumenta la coordinación y cooperación parental.
Es por ello por lo que, salvo que exista una total judicialización en las relaciones parentales, con continuas y constantes denuncias que impidan que exista ese ENTENDIMIENTO MINIMO RAZONABLE EN EL DIVORCIO, la custodia compartida debe ser, como indica en la actualidad nuestro Tribunal Supremo, la opción habitual y ordinaria a implantar.
Volviendo de nuevo a nuestro relato, esos padres, como ocurre cada vez que se abren las puertas de un juzgado para hacerles pasar a juicio, salieron de sala acumulando mucho más dolor que cuando entraron.
Cuando en Casasempere abogados decimos que los juzgados no son la solución nos referimos a esto. El juicio en este caso fue inevitable, y necesario, para poder seguir avanzando en las relaciones como padres, pero, en este caso, solo ayudó para distanciar más a esos padres como personas.
Todos los reproches personales que escucharon, y la forma en que cada uno interpretó lo que oían, el primer resultado que provocó, fue que aumentara el tiempo necesario para que cada uno pueda sanar y perdonar todo lo que está viviendo.
A los dos días del juicio, mi cliente me llamó diciéndome que la madre de su hijo, pese a que lo habían hablado antes del juicio y estaban de acuerdo, no le contestaba para poder recoger él a su hijo este fin de semana, y poder disfrutar de su hijo en la comunión de uno de sus primos.
Por desgracia, el dolor de los padres lo terminan pagando como siempre los hijos y, por eso, con nuestras historias, tratamos de hacer reflexionar a los padres y madres para que, entre todos, podamos cambiar la forma de vivir estos divorcios.
Entendemos el dolor, pero jamás hay que perder el foco de que lo más importante es el bienestar de nuestros hijos, y, por el bien de ellos, debemos alcanzar ese ENTENDIMIENTO MINIMO RAZONABLE EN EL DIVORCIO que nos permita cooperar como padres, y que nuestros hijos puedan desarrollarse felices, sabiendo que, pase lo que pase, siempre va a poder tener a papa y a mama.
Que las DESAVENENCIAS ENTRE PADRES DIVORCIADOS no te hagan perder el foco de atención en lo único y verdaderamente importante, la felicidad de tu hijo.
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Muchas Gracias
Javier González González
Padre, Divorciado y experto apasionado del Área de Familia en Casasempere abogados.
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